Venezuela, si nos atenemos a la Historia Patria pudiera ser llamada tierra de las revoluciones. Porque las hemos tenido y padecido de todos los colores, como la Revolución Azul; de todas las especies, como la Revolución Legalista, que no legalizó nada; como la Revolución Restauradora, que tampoco restauró nada; como la Revolución Libertadora, que no liberto a nadie. Y como la Revolución Reformista, que nada reformo. Y, sobre todo, como la Revolución Federal, que hizo todo lo contrario de lo que el adjetivo hizo suponer. Etcétera.
Nuestra realidad histórica es, pues, absolutamente deprimente, negativa, pintoresca, ridicula, en punto a revolución. Los venezolanos, tal vez por carencia de cultura suficiente, no han tenido sentido de la revolución. (La única excepción, a este respecto, fue Simón Rodríguez. El sí que supo en qué debía consistir la revolución. Pero como no tenía poder de dirigente, se quedó en la pura teoría). El caso es que la revolución, entre nosotros, ha sido cosa más grotesca que efectiva en todas las ocasiones. Sin embargo, bien vale la alegría de que nos detengamos pasó de las primeras escaramuzas. Estas se alargaron hasta Mérida. Y pararon en Trujillo. Los hombres que representaban entonces el orden, armados doblemente de espada y pluma, es decir, de recursos y leguleyismos, desarmaron a los Comuneros. Estos, así, sin cohesión efectiva y sin efectivos dirigentes, no insistieron. Con el solo instinto comunero, parece indudable que no podían llegar a ninguna parte. Dejaron, eso sí, una bella página moral clavada en la Historia Patria.
Después de la Revolución de los Comuneros, tenemos eme dar un entre tantos conatos, a ver cuáles pudieron ser verdaderas revoluciones.
Antes, por ejemplo, de la Independencia, hubo varias insurrecciones. Estas insurrecciones fueron tan humildes como ineficaces. No fueron llamadas revoluciones. Una de ellas es de origen tachirense y tuvo visos de revolución. Fue la de los Comuneros. Gentes del común, como en la de la Nueva Granada del mismo nombre, la configuraron. Pero no salto bastante largo. Tenemos que caer en el siglo pasado. Y en la llamada Revolución de la Independencia. Esta, previos los conatos que sabemos, fue larga y cruenta.
Comenzó el famoso y celebrado 19 de abril de 1810. Y, entre caída y caída de la república, se prolongó hasta, casi casi, la muerte del Libertador. La prolongación no fue solamente en el tiempo, claro está. Lo fue, también, en el espacio: los venezolanos combatientes llegaron hasta el Alto Perú que llegó a ser Solivia después. Una empresa magna, así, la Revolución de la Independencia. ¿Qué logró Venezuela con esta revolución? Sólo lo que indica su nombre. La independencia de España, definitivamente. Nada más. Porque la estructura económica, y, en consecuencia, política, que venía desde la conquista, sobrevivió a la larguísima lucha. Esto nos demuestra que la Revolución de la Independencia, como tantas otras que la sucedieron en el mismo siglo XIX, no fue, hablando en romance, una revolución verdadera. El mismo Libertador lo comprendió así cuando dijo:
«La independencia es el único bien que hemos conseguido a costa de todos los demás».
La Revolución Federal fue nuestra mas esperanzadora revolución en el siglo pasado. Comenzó el 59. Concluyó el 64. Estuvo al mando de Ezequiel Zamora y de Juan Crisóstomo Falcón, entre otros, Porque, desde el punto de vista ideológico, la comandaba Zamora, esta revolución comenzó mejor que ninguna. Y mejor que ninguna se fue desarrollando también. El pueblo se incorporó a ella con inusitado fervor: sabía quién era Zamora. Lamentablemente, esto lo supo también Falcón. Y Zamora no pasó de San Carlos, ya a la vista de la capital de la república. Una bala, al parecer inspirada por Falcón, lo quitó del medio. Caracas se rindió luego mediante el Tratado de Coche. Este tratado fue la negación absoluta de lo que iba a ser, de haber sido, la Revolución Federal.
El siglo pasado se cierra con la Revolución Restauradora. Fue una revolución tachirense como la de los Comuneros. Sesenta hombres invadieron por San Antonio y, en obra de dos o tres meses, se instalaron en el poder. Fue una especie de segunda Campaña Admirable. Admirable de verdad por
la audacia desplegada; por la victoria obtenida, a pesar de la desproporción de los armamentos. Y hasta por el lema que puso en circulación, ya en el solio, el conductor Castro: «Nuevos ideales, nuevos hombres, nuevos procedimientos». ¿Y, entonces? Pues no hubo ideales nuevos por ninguna parte; ni hubo hombres nuevos; ni hubo procedimientos distintos a las tantas y tantas veces desacreditados. En suma, la Revolución de la historia consistió en haber integrado los Andes al mapa político de Venezuela.
Hubo qué esperar casi medio siglo de hegemonía andina para presenciar otra revolución: la Revolución de Octubre ¿ Así la llamaron, muy demagógicamente, sus dirigentes. Fue, no obstante, la revolución menos revolucionaria que ha padecido el país. Con el voto directo nos legó tres cosas siniestras: la intervención mayoritaria del analfabeto en el destino nacional; el partidismo militante como método administrativo; y el populismo como doctrina y práctica de gobierno. La Revolución de Octubre ha avergonzado a sus propios protagonistas. Quizás porque no alteró en nada la tradición política venezolana en cuanto se refiere a las estructuras del estado.
El presente siglo, que ya boquea, lo cerraremos con la revolución que tenemos en puertas. Se anuncia el hecho como una revolución. No se llama, sin embargo, de esa manera. El gobierno de Acción Democrática, que es quien la inspira y autoriza, ha preferido denominarla en otra forma. La ha llamado Reforma del Estado. Hay una comisión de eminencias que la está, según todas las referencias, adelantando. El país entero está en pie de expectativa frente a esta nueva posibilidad de revolución.
El venezolano raso, que es mayoría, no sabe leer. Pero, eso sí, le escriben. Nunca pudo ser el refrán popular más elocuente. Ni más orientador. Ni más penetrante. ¿Cómo así? El hombre del pueblo sabe en qué han parado todas las revoluciones de Venezuela. Sabe, en verdad, que todas las revoluciones por que ha pasado la patria no han tenido de tales sino el nombre. Las han frustrado muchas circunstancias. La carencia de dirigentes auténticos. La especialización en un solo objetivo, como en la Revolución de Independencia. La traición, como en la Revolución Federal. La falta de cultura, como en la Revolución de Octubre. Etcétera. El venezolano sabe, hoy más que nunca, que gobierno y revolución son entidades absolutamente antitéticas. O somos gobierno, o somos reforma. No hay la menor posibilidad de entendimiento. De modo y manera que el pueblo sabe que se adelanta una Reforma del Estado, pero la mira con completo escepticismo. Conoce perfectamente, porque se lo ha enseñado la Historia Patria, que en Venezuela no hay, hasta ahora, revolución que valga. Conoce, en fin, que la Reforma del Estado irá. Irá a pasar a la historia de modo presumible. Sin una sola pena, tal vez. Pero, con absoluta seguridad, sin una sola gloría. El pueblo sabe que la revolución, lo que él sabe que es la revolución, se demora todavía un tanto.